Alejandra Pizarnik (1936-1972) era un acto literario per se (su nombre de pila fue Flor, después Bruma, hasta que decidió quedarse con el de Alejandra). Ya decía la propia argentina que su ideal sería hacer el cuerpo del poema con su cuerpo. La muerte, esa obsesión a la que tantas formas le dio en sus versos, la volvió real: hoy se cumplen 40 años del suicidio de la llamada poeta maldita.
Maldita por sus temas -la soledad, el silencio, la infancia, el dolor, la muerte-, por sus ganas de quitarse la vida, por su sufrimiento, por su desdicha. La vida de Pizarnik, quizás construida a partir de su obra, ayudó a mitificar su poesía. La autora, hija de emigrantes rusos de ascendencia judía que vivieron en Buenos Aires, siempre se sintió en el exilio (más interior que físico, tal vez).
Su niñez tampoco fue fácil ("Mi infancia sólo comprende/al viento feroz/que me aventó al frío", escribió en verso). Se dice que a temprana edad comenzó a ingerir anfetaminas que le provocaban insomnio. Que también sufría de trastorno límite de la personalidad. A los 18 años, inició terapia. León Ostrov fue su psiconanalista, que al final se convirtió en su amigo y confidente con el que intercambió cartas.
Al médico lo marcó la escritora, así como a Octavio Paz o Julio Cortazar, con quienes Pizarnik hizo amistad durante su estadía en París. "Mi primera impresión, cuando la vi, fue la de estar frente a una adolescente entre angélica y estrafalaria. Me impresionaron sus grandes ojos, transparentes y aterrados, y su voz, grave y lenta, en la que temblaban todos los miedos", la recordó una vez el doctor, formado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Pizarnik estudió Filosofía, también Letras y Periodismo. Todas las abandonó, al igual que muchos de sus empleos (decía el escritor chileno Roberto Bolaño que el verdadero poeta siempre está abandonándose, nunca demasiado tiempo en el mismo lugar). Vivió en Francia algunos años antes de regresar a Buenos Aires a escribir (y morir). "Estoy haciendo lo posible -es decir, lo imposible- por volver a París. Allí, a pesar del desamparo externo, soy más feliz. Quiero decir: puedo escribir con más libertad. (Esto es tan complejo y tan indecible)", le escribió al poeta venezolano Juan Liscano.
Pizarnik se refugiaba en su escritura -que apenas alivia, diría Rafael Cadenas-. "Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de rodeada de muerte", dijo en su poema Extracción de la piedra de locura (1964).
Dos veces intentó suicidarse. Quiso hacer de la realidad una prolongación de su obra. "Yo le dije que en mis poemas la muerte era mi amante y mi amante era la muerte", escribió la autora en otro de sus versos. Hablaba de matarse y se mató: un fin de semana en el que había salido con permiso del hospital psiquiátrico de Buenos Aires en el que se internaba se tomó 50 pastillas de Seconal.
LA ÚLTIMA INOCENCIA
Partir
en cuerpo y alma
partir.
Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.
He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más fila para morir.
He de partir
Pero arremete ¡viajera
romi