lunes, 27 de enero de 2014

Miguel Cané


Nace el 27 de enero de 1851. Hijo de Miguel Cané y Eufemia Casares, es el segundo hijo del matrimonio. Hereda de su padre la admiración por Europa
y la vocación por escribir. En 1863 muere su padre y a los tres meses ingresa al recién fundado Colegio Nacional. Dos presencias que lo entusiasman moldean su personalidad, El profesor y luego rector del Colegio, Amadeo Jacques y los folletines. Jacques le descubre las modernas corrientes del pensamiento, especialmente el positivismo y en los segundos da los primeros pasos de lector incansable y acucioso. Más tarde descubre su pasión por la música, el ateísmo y la vocación periodística.
El periodismo dará sencillez y espontaneidad a su prosa y fomentará su curiosidad abierta a todo. Y como a otros escritores de su época lo preparará para convertirse en el cronista de su generación, de su país y de sí mismo.
A los 17 años comienza su carrera de abogado y pasa a ser redactor de La Tribuna lo que le posibilita en febrero de 1870, acompañar a su admirado presidente Sarmiento a Entre Ríos para entrevistarse con Urquiza.
Poco después va a conocer Europa " el centro cultural soñado, mezcla de club, museo y sala de música".
En 1873 dirige El Nacional que apoya a la candidatura de Avellaneda. Con el triunfo de éste inicia su segundo viaje a Europa, a su regreso se casa con Sara Beláustegui y es diputado provincial. En 1876 ocupa una banca en el Congreso Nacional.
En 1876 edita sus Ensayos; en ese mismo año vio nacer su primer hijo y obtiene por fin su título de abogado. Asumió luego la representación diplomática ante los gobiernos de Colombia y Venezuela cargo en el que permaneció por dos años. Como resultado de esa salida del país surgió su libro En Viaje.
Ocupó luego otros cargos públicos como la Intendencia de Buenos Aires, el Ministerio de Relaciones Exteriores y ministro argentino en París. Falleció en Buenos Aires en 1905.
Fue considerado por algunos historiadores de la literatura como el escritor más representativo de la generación del 80.
 OBRAS
Aún no cumplidos los 20 años, Cané publica en La Tribuna una sección que titula Párrafos. Páginas breves, fragmentos casi. Esta denominación inicial incluye toda la prosa de Cané. Casi todas sus obras son colección de artículos periodísticos nacidos en el hecho mismo que los provocó. Cuando acusan tal origen -En viaje, Juvenilia- el mismo autor se complace en llamarlos apuntes, "charlas descosidas" nacidas sin plan previo "de una sucesión de cuadros tomados en el momento de reflejarse en mi espíritu por la impresión".
Sus páginas surgidas espontáneamente, "sin plan y sin medida", sin reelaboración, deben entenderse como una charla amable entre el escritor y el lector.
Aunque Cané no escribe para las muchedumbres como sus admirados Dickens y Shakespeare, no restringe su auditorio sino que lo amplia e incluye al lector culto porteño.
Juvenilia: es un relato en primera persona donde el relator da unidad a los primeros episodios que surgen como recuerdos deshilvanados, sin desarrollo lineal.. Hay un melancólico contrapunto entre la adolescencia despreocupada de ayer y el hombre maduro de hoy. El ámbito de la obra es el perímetro del colegio, ampliado durante el período de vacaciones en la Chacarita de los Colegiales. Sin embargo, a él confluyen los ecos ciudadanos y los conflictos nacionales, el mundo de afuera aparece como réplica del mundo de adentro.
Argumento
Poco después de la muerte de su padre, Cané ingresa como pupilo al Colegio Nacional de Buenos Aires. El niño sufre entonces un duro proceso de adaptación ya que se ve sometido a una severa disciplina: levantarse al alba, comer alimentos poco agradables, etc. Los capítulos posteriores relatan las travesuras y rencillas que se suscitan a diario entre los estudiantes. Una figura surge nítidamente como guía rectora: la de su querido profesor Amadeo Jacques. Después de varios años Cané regresa al Colegio ahora como docente- y los recuerdos juveniles impregnan su corazón de suave melancolía.

romi



martes, 14 de enero de 2014

Murió Juan Gelman


Poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1930. Murió hoy 14 de enero 2014
Hijo de inmigrantes rusos, se inició en la poesía desde muy pequeño, orientado por su hermano Boris quien fue
un lector compulsivo. Abandonó su carrera de Química para dedicarse por completo al destino de las letras.
Salió de Argentina en 1976 durante la dictadura militar y vivió en el exilio en México, donde decidió fijar la residencia
en forma definitiva.

 Participó de la creación del grupo El pan duro, el cual reunía a jóvenes militantes comunistas en busca de una poesía más fiel a sus raíces y de fácil lectura; además, conseguían sus propios medios para realizar las publicaciones y la difusión de las mismas
Como periodista, colaboró con diarios y revistas tales como La Opinión, Panorama, Crisis y Noticias, ocupando cargos que iban desde director hasta jefe de redacción.
Sin duda, debió enfrentar una de las peores desgracias imaginables: su hija, su hijo y su esposa fueron secuestrados durante la dictadura militar argentina. A pesar de no haber recuperado a su familia, continuó escribiendo enfocado en sus versos, aunque en su poesía se nota la inquietud de quien necesita seguir adelante, no detenerse.
De su obra poética se destacan las siguientes publicaciones:«Violín y otras cuestiones» en 1956, «En el juego en que andamos»
en 1959,   «Gotán» en 1962, «Los poemas de Sidney West» en 1969,  «Fábulas» en 1970, «Salarios del impío» en 1993,
«Sombra de vuelta y de ida» en 1997, «Incompletamente» en 1997  y «Salarios del impío y otros poemas» en 1998.
En 1997 obtuvo el Premio Nacional de Poesía en Argentina, el premio Juan Rulfo en el año 2000,  en 2004 el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde, en 2005 los premiosIberoamericano Pablo Neruda y Reina Sofía de Poesía, y en el año 2007 el Premio Cervantes.


Fábricas del amor
Y construí tu rostro.
Con adivinaciones del amor, construía tu rostro
en los lejanos patios de la infancia.
Albañil con vergüenza,
yo me oculté del mundo para tallar tu imagen,
para darte la voz,
para poner dulzura en tu saliva.
Cuántas veces temblé
apenas si cubierto por la luz del verano
mientras te describía por mi sangre.
Pura mía,
estás hecha de cuántas estaciones
y tu gracia desciende como cuántos crepúsculos.
Cuántas de mis jornadas inventaron tus manos.
Qué infinito de besos contra la soledad
hunde tus pasos en el polvo.
Yo te oficié, te recité por los caminos,
escribí todos tus nombres al fondo de mi sombra,
te hice un sitio en mi lecho,
te amé, estela invisible, noche a noche.
Así fue que cantaron los silencios.
Años y años trabajé para hacerte
antes de oír un solo sonido de tu alma.

romi

martes, 7 de enero de 2014

Osvaldo Soriano

Un escritor al que no le interesaba la literatura -como solía decir-, que aprendió de su vida nómade siguiendo a su padre electrotécnico por las distintas ciudades del interior. Fue él, que nació un día de Reyes de 1943 en la calle Alem de Mar del Plata, mientras Borges y Bioy Casares imaginaban las historias de Isidro Parodi, que nunca terminó el secundario, que no cumplió el sueño de sus padres de ser ingeniero ni el suyo de ser futbolista. Soriano, el escritor, el periodista, el cinéfilo, el fanático, “El Gordo”, que creció entre los paisajes y amistades que podían ofrecerle Mar del Plata, luego Tandil, San Luis, Río Cuarto, Río Negro, jugando a las barajas, refugiándose en el cine y el fútbol. Se hizo de San Lorenzo, sin importar lo que eso significaba en una provincia, sin nunca pensar en otra camiseta. Quizás ya entonces se gestaban los gérmenes de esa intensa provocación que caracterizaría siempre a Osvaldo Soriano.Ya pasaron 17años. Soriano no está. Pero no deja de estar presente. Ni él, ni el periodista de Triste, solitario y final, ni su Andrés Galván y Tony Rocha, ni su Julio Carré, ni sus artistas, locos y criminales, ni sus rebeldes, soñadores y fugitivos, ni sus piratas, fantasmas y dinosaurios. No deja de estar, pese a los críticos y académicos que desdeñaron sus historias y su estilo.Le gustaban los libros. Amaba a Arlt, a Cortázar y a Chandler. También a Simenon y a Greene, cuyas muertes, dijo, “lloró como un chico”. Su iniciación a la lectura fue con Soy leyenda, de Richard Matheson, en 1961. Y luego siguió: los clásicos del siglo XIX, los rioplatenses, los americanos, los clásicos de nuevo, implantando una lectura de orden caótico que lo seguiría toda su vida.Así como empezó a leer, también empezó a escribir, en la oficinita de una metalúrgica de Tandil, mientras trabajaba de sereno. Se sentaba en la máquina y tipeaba hasta el amanecer sus “primeros cuentitos, muy cortazarianos”. Y nunca más pudo escribir de día. Ya en Tandil, entre reuniones de café de intelectuales socialistas, dejó de pensar en fútbol y decidió ser escritor. Ahí consiguió su primer trabajo como periodista en El Eco de Tandil. Y arrancó: llegó a Buenos Aires en 1969 detrás de una nota sobre Semana Santa encargada por Osiris Troiani, para después seguir con sus crónicas en Panorama y La Opinión, luego durante su exilio en medios europeos como Il Manifiesto y Le Canard Echainé, y en su retorno al país, en Página/12. Las vueltas de la vida: ya como periodista, volvió a recorrer las ciudades y pueblos del interior que había recorrido durante su infancia.Fue en 1973 cuando irrumpió en la literatura con Triste, solitario y final. Apenas ocurrido el golpe de estado de 1976 se fue a Bélgica y de ahí a París, donde vivió hasta 1983, cuando regresó al país. “Las únicas dos veces que elegí realmente dónde vivir fueron la primera vez que llegué a Buenos Aires y cuando volví del exilio”, dijo alguna vez. Cuando salió de Buenos Aires nadie lo perseguía. Pero “era mejor estar equivocado con la dictadura que tener razón obedeciéndola”. Viajó y se quedó defendiendo a los exiliados y denunciando la desaparición de personas, que siguió acá, orgulloso, hasta sus últimos días, como cuandoescribió para la conmemoración de los veinte años de la dictadura: “Fui, con las Madres de Plaza de Mayo, con Cortázar, Osvaldo Bayer, David Viñas, con miles de otros mejores que yo, uno más de lo que los militares llamaban ‘campaña antiargentina’”. Y por esa época conoció a Osvaldo Bayer, personalmente. En realidad lo había conocido antes, ya que “como siempre con las muy buenas amistades, empezó con una pelea”, cuenta Bayer, a sus 84 años, mientras explora por primera vez las posibilidades del Skype en una entrevista con Ñ Digital desde Linz Am Rhein.  Él investigaba sobre Severino Di Giovanni -el anarquista fusilado por la dictadura de Uriburu-, cuando salió una nota firmada por Osvaldo Soriano sobre el mismo anarquista que decía exactamente lo contrario. Entonces, claro, Bayer llamó furioso a la revista, y habló, por primera vez, con ese tal Soriano. “Soriano, mucho gusto”, se presentó. “¿Sabe lo que quiero decirle a usted? Usted es poco hombre”. Eso entre otros improperios. Y pasaron varios años, a Bayer le tocó ir al exilio, y en la Feria del Libro de Frankfurt se encontró nuevamente con Soriano, que estaba con el editor Daniel Divinsky. Pero a esa altura, lo de Di Giovanni estaba olvidado para Bayer. “¿Lo conocés a Osvaldo Soriano?”, dice Divinsky. “Sí, mucho gusto, ahora lo conozco personalmente”, contesta Bayer, “Su libro es magnífico, es un gran escritor”. Entonces Soriano lo mira y le dice: “Sí, pero yo soy poco hombre”. Tras cuestiones aclaradas, a partir de ese momento fueron los mejores amigos.Fue también por esos años cuando se conoció en el país No habrá más penas ni olvido-llevada al cine por Héctor Olivera- y se publicó Cuarteles de invierno, que venía de ser considerada mejor novela extranjera en Italia y fue adaptada al cine dos veces. Pero fue en Argentina, tras su imposibilidad de escribir desde el exilio, cuando lanzó A sus plantas rendido un león, Una sombra ya pronto serás -llevada al cine en 1994 otra vez por Olivera-, El ojo de la patriaLa hora sin sombra y su libro para chicos, El negro de París. Y también los cuatro volúmenes con sus mejores crónicas periodísticas: Artistas, locos y criminales (1984), Rebeldes, soñadores y fugitivos (1988), Cuentos de los años felices (1993) y Piratas, fantasmas y dinosaurios (1996).La fascinación que ejercía sobre los lectores se tradujo en enormes ventas y en traducciones a distintos idiomas en el extranjero. “Sus libros demuestran una gran profundidad de todo tipo, una sabiduría popular escrita en un idioma absolutamente popular. Y eso es lo que lo hizo triunfar tanto”, afirma Bayer. “Lo que más valor tiene es que el lector común tiene a su escritor querido, porque Soriano se metía bien en las venas de los barrios porteños, en las venas de lo que es el argentino. Nadie como él ha descrito al porteño con esa profundidad”. Fue ese particular pacto con los lectores lo que lo convirtió en el autor argentino vivo más leído de su época. Con su literatura enfrentó a los argentinos con su identidad. Como dijo Bioy Casares, un argentino que escribía como un argentino. Un novelista atípico. “En el fondo, mis libros plantean por infinitésima vez en la literatura argentina el problema de la identidad. Por eso mis personajes son contradictorios y se parecen tanto a los comunes mortales”, diría alguna vez. Conciencia civil, democrática y política, un intuitivo que montó un mundo de perdedores sentimentales, una suerte deflâneurs tragicómicos que vagan por los pueblos en busca de sí mismos.Soriano, con Bayer, David Viñas, León Rozitchner y Tito Cossa, conformó un grupo de escritores que se reunía los jueves en “el Tugurio” -como Soriano apodó a la casa de Bayer. Era un provocador. “Siempre llegaba más tarde a las reuniones y largaba un tema para que se agarraran en la discusión Viñas y Rozitchner. Y siempre se agarraban tremendamente, a los gritos. Entonces Soriano levantaba la copa y brindaba sonriente, porque otra vez había triunfado”, recuerda Bayer. “Lo que hubiera hecho, lo que hubiera escrito si hubiera vivido”.Como Soriano escribió alguna vez: “Un escritor está siempre igual de solo que un corredor de maratón. De esa soledad debe sacarlo todo: música celeste y ruido de tripas. Y también la peregrina ilusión de que un día, alguien decida abrir su libro para ver si vale la pena robarle horas al sueño con algo tan absurdo y pretencioso como una página llena de palabras”.
Y no hay duda de que vale la pena.
romi

jueves, 2 de enero de 2014

La ciudad y los perros


Introducción
En 1962, hace aproximadamente 50 años, el escritor peruano Mario Vargas Llosa hizo pública la novela que, en un principio recibió el nombre de Los impostores, y que terminó llamándose La ciudad y los perros. Siempre los libros llegan a los ojos del lector en el momento justo, y sin sospecharlo ni planearlo. “No se lee de la misma manera La ciudad y los perros en 1962  o en 2012, cincuenta años después, cuando la celebramos. Cualquier joven que tenga en sus manos el libro sabe de antemano que se trata de la obra de un autor consagrado que ha merecido el Premio Nobel, que en cierto sentido es un libro clásico, que la lectura que emprenda ha sido precedida por la lectura de miles y miles de aficionados”. Desde un principio el escritor peruano aclara que no habría podido escribir esta novela de no haber sido porque en algún momento fue o actuó como algunos de sus personajes: Cava, Alberto, el Jaguar: “Para inventar su historia, debí primero ser de niño, algo de Alberto o del Jaguar, del Serrano Cava y del Esclavo, cadete del colegio militar Leoncio Prado, miraflorino del Barrio Alegre vecino de la Perla”. Podría yo afirmar lo mismo, pero desde el lugar del lector, porque al momento de imaginar cada escena, cada acción, cada lágrima, experimenté las sensaciones humanas, tan pertinentes, de todos los personajes que componen la obra prima de Vargas Llosa. 
La ciudad y los perros
La novela está dividida en dos partes y en un epílogo. Cada una de las partes se compone de ocho capítulos y van antecedidas por epígrafes en francés. El epílogo, por su parte, va antecedido por un epígrafe en español. Todos, como es normal, hacen alusión a las acciones humanas que se llevan a cabo en cada uno de los apartados. El narrador varía de primera persona a omnisciente, se presentan varios diálogos de los personajes y la trama no es plana. Marcos Martos rescata la importancia de esta obra en el Perú: “(…) abrió un camino de perfección, tanto en la obra del autor como en las letras hispanoamericanas, enriquecidas, a partir de ese momento de un modo inédito, nunca visto, significó una revolución para las letras del Perú que alcanzaba una mayoría de edad literaria y el lanzamiento de un joven autor a la liza editorial del mundo, el comienzo de una merecida fama aumentada cada año con nuevos logros”.
Por otra parte y para dar un esbozo de la novela, exponemos lo siguiente: El Círculo fue una organización comandada por el Jaguar, cuyo propósito era hacer respetar al grupo de inferiores que eran maltratados por los cadetes de títulos mayores. Los perros son entendidos como aquellos nuevos cadetes, novatos, sin experiencia, que entran al colegio militar por mandato de sus padres que tienen el temor de que en otra institución se dañen socialmente. Generalmente eran humillados por grupos de cadetes con más experiencia. El Círculo fue la solución a esta situación. Y de donde resultaron todas las acciones de la novela. Por azar, Cava, uno de los cadetes del círculo, tiene que robar un examen para beneficio de todos; incluso para venderlo a algunos que dan una buena suma por conocer las preguntas. Sin embargo, y aunque lo hurta, rompe un vidrio de una ventana, que pone en evidencia la falta. No obstante, nadie se entera, ni sopla (hago uso de un término muy recurrente en la novela) quién fue el culpable de tal hecho. Mientras se desarrollan estas acciones, el novelista mantiene una historia paralela que solo hasta el final dará sus luces. Presenta a dos niños: uno ladrón, el Jaguar, que se queda sin padres, que cae en el más bajo mundo y que al fin es enviado por su padrino al colegio militar. El Jaguar tuvo una enamorada, Teresa, una chica un poco fea, que al fin de cuentas le fue infiel con otro, con el que Jaguar tuvo problemas de groserías y de golpes. El otro niño es Alberto, con el que usa la primera persona para narrar sus acciones, que fue enviado al colegio militar porque su padre temía que le saliera marica. Y es en Alberto, sobre todo, en quien giran la mayoría de las acciones de La ciudad y los perros.
Tengamos en cuenta también al Esclavo, un cadete que desde el principio fue humillado por los demás, que nunca tuvo amigos, que consideraba a Alberto como su único compañero y que fue asesinado un día por el Jaguar. Ya veremos cómo. Sepamos que Gamboa era uno de los jefes de cuadra y que apoyó hasta donde pudo la denuncia hecha por Alberto del asesinato de su amigo. Por supuesto que hay más personajes, pero conformémonos con estos, mientras tanto. Y ahora sí expliquemos. Después de que se descubre que fue roto el vidrio para robar el examen de Química, los militares de alto rango prohíben la salida los fines de semana a todos los cadetes hasta que se sepa quién fue el culpable. El Esclavo, que andaba enamorado de Teresa, no resistió más su encierro y decidió informar sobre el culpable del hurto. A Cava lo expulsaron y, a partir de ahí, se desencadenaron los demás hechos de la novela. La acción transformadora vino con la muerte del Esclavo, mientras hacían un simulacro de guerra en una especie de selva. Al principio se afirmó que había sido el mismo Esclavo el que había disparado su fusil y que se había causado a sí mismo la muerte. Alberto negó tal hipótesis porque el tiro se lo dieron en la nuca, acto que imposibilitaba el suicidio involuntario. Alberto acusó al Jaguar y se desató entre los militares mayores un conflicto social y político: Gamboa apoyó la idea de Alberto y la defendió ante los de más alto rango militar. El coronel y los demás rebatían tales acusaciones por los problemas que se le vendrían a la institución si llegase a entrar en investigaciones de tal índole. Cambiaron los hechos, de tal forma que se indicara científicamente y legalmente que el Esclavo había muerto por un accidente.
La insistencia de Gamboa hizo que fuera trasladado a otra sede con menos posibilidades de ascenso y en condiciones mucho más precarias. El Jaguar confesó al fin su acto, pero no fue culpado por las cuestiones políticas ya explicadas.
La experiencia de estar en el suelo
En 50 años son muchas las propuestas que se han planteado en torno a los personajes, el contexto militar o histórico, el poder y los súbditos. Y aunque se ha estudiado el tema a fondo, no sobraría reflexionar nuevamente sobre la cuestión del poder y del sentimiento del Jaguar cuando estuvo en los zapatos del esclavo, en la ocasión en que sus compañeros, los que siempre le habían brindado respeto y pleitesía, lo culparon de que había sido él, el Jaguar, y no otro, el que había “soplado” la información de que todos los cadetes tenían en los cajones alcohol y cigarrillos. El Jaguar, y todos los que pertenecían a la misma cuadra, habían supeditado todo el tiempo al Esclavo, lo habían humillado, y cuando el Jaguar se sintió en el piso, tal cual el Esclavo, tomó la decisión de confesar su crimen, después de haberlo encubierto por tanto tiempo: “(…) ahora comprendo mejor al Esclavo. Para él no éramos sus compañeros, sino sus enemigos. ¿No le digo que no sabía lo que era vivir aplastado? Todos los batíamos es la pura verdad, hasta cansarnos, yo más que los otros. No puedo olvidarme de su cara, mi teniente.  Le juro que en el fondo no sé cómo lo hice. Yo había pensado pegarle, darle un susto. Pero esa mañana lo vi ahí al frente, con la cabeza levantada y le apunté”. Y con esto llegamos a uno de los puntos más sobresalientes de la obra: la conveniencia del colegio militar en no delatar al asesino por su propio bien. Y tal vez, en nuestros países latinoamericanos, continúe haciéndose lo mismo.
Así las cosas, La ciudad y los perros, en poco más de 50 años de vida, es considerada una de las obras más importantes de la literatura universal. Sobresalen temas como el racismo, el abuso del poder, el contexto del colegio militar (al que también perteneció el autor), la subvaloración de las personas, dentro de un marco en el cual tales comportamientos hacen más hombre al joven cadete. Nadie, según la experiencia del Jaguar, comprendería a los súbditos si no viven como ellos.
romi