Homero Manzi, profesor argentino de literatura y gran admirador de Federico García Lorca, en 1936 dejó que su famosa “Milonga triste” se llenara de los ecos del bardo andaluz, cuando escribe:
“Llegabas por el sendero, / delantal y trenzas sueltas, / brillaban tus ojos negros, / claridad de luna llena. / Mis labios te hicieron daño / al besar tu boca fresca. / Castigo me dio tu mano, / pero más golpeó tu ausencia / Aaaaaaaah... / Volví por caminos blancos, / volví sin poder llegar. / Triste con mi grito largo, / canté sin saber cantar. / Cerraste los ojos negros, / se volvió tu cara blanca / y llevamos tu silencio / al sonar de las campanas. / La luna cayó en el agua, / el dolor golpeó mi pecho”.
La influencia de Rubén Darío es también determinante. Tras su llegada a Buenos Aires en 1893 se convirtió en maestro de esos poetas menores que aplicaron su inspiración a acompañar con letra las melodías desgarradas del tango. La presencia de Darío culmina en los tangos “Solo se quiere una vez” y “La novia ausente”. En ambos sucede algo inesperado: Gardel interrumpe su canto y recita los versos de la Canción de otoño en Primavera y la Sonatina, de Darío.
“La lluvia de aquella tarde / nos acercó unos momentos... / pasaste... me saludaste, / y no te reconocí... / No quise creer que fueras la misma de antes / la rubia de la tienda La Parisien, / mi novia más querida cuando estudiante / que incrédula decía los versos de Rubén. / “...Juventud, divino tesoro / te fuiste para no volver...”
Y en “La novia ausente”:
“A veces repaso las horas aquellas / cuando era estudiante y tú eras la amada, / que con tu sonrisa repartías estrellas / a los puntos altos de aquella barriada. / ¡Ah! Las noches tibias... ¡Ah! Las fantasías / de nuestra veintena de abriles felices, / cuando solamente tu risa se oía / y yo no tenía mis cabellos grises... / Al raro conjuro / de noche y reseda, / temblaban las hojas / del parque también. / Y tú me pedías / que te recitara / esta sonatina / que soñó Rubén: / “La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa...”.
Los lazos entre el tango y la literatura se fueron haciendo cada vez más evidentes. No es simple casualidad que tres de los más destacados escritores argentinos del siglo XX, Sábato, Borges y Cortázar, hayan estado, de una manera u otra, fuertemente ligados al espíritu del tango. Ernesto Sábato escribió un ensayo sobre el género y compuso dos tangos a los que Aníbal Troilo y Julio de Caro pusieron música: “Al Buenos Aires que se fue” y “Alejandra”.
Lo que Borges pensaba del tango es claro, cuando para el poeta “hecho de polvo y tiempo, el hombre dura / Menos que la liviana melodía / Que sólo es tiempo. / El tango crea un turbio / pasado irreal que de algún modo es cierto...”
romi