Poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1891, en el seno de una familia adinerada que le procuró una esmerada educación en importantes centros educativos europeos.
Estudió Derecho, y muy pronto, a raíz de sus contactos con los poetas exponentes de la vanguardia europea, publicó en 1922 su primer libro de poemas, «Veinte poemas para ser leídos en el tranvía», seguidos luego por «Calcomanías» en 1925, «Espantapájaros» en 1932, «Persuasión de los días» en 1942, «Campo nuestro» en 1946 y «En la masmédula» en 1954, obra que constituye en su trabajo más audaz en el campo de la poesía.
Al iniciarse la década de los años cincuenta, guiado por su interés en las artes plásticas, incursionó en la pintura con una marcada tendencia surrealista, gracias a su profundo conocimiento de la pintura francesa.
En 1961 sufrió un grave accidente que le disminuyó sus condiciones físicas. En 1965 viajó por última vez a Europa y a su regreso a Buenos Aires, falleció en 1967.
La obra de Girondo se ordena así como una solitaria expedición de descubrimiento y conquista, iniciada bajo un signo diurno, solar, y que paulatinamente se interna en lo desconocido, llega a los bordes del mundo, una travesía en la que alguien, en su conocimiento deslumbrado de las cosas, siente que el suelo se hunde bajo sus pies a medida que avanza, hasta que las cosas mismas acaban por convertirse en las sombras, de su propia soledad.
Intensa y breve, esta obra posee una característica especial: se despliega en una especie de ininterrumpida ascensión, en un proceso que culmina en un punto de incandescencia máxima: su último libro. Un estallido final, un gran reverbero que concentra en un foco único todos los fuegos anteriores. En otros autores también sus libros suelen sucederse a distintos niveles, pero el máximo se encuentra a veces al comienzo o en medio, seguido con frecuencia de otros menos significativos. La obra de Girondo tiene un sentido vertical, constituye así una especie de accésis. Y su vértice excede tanto las medidas corrientes que pasará aún mucho tiempo antes de que se le haga justicia en toda su vertiginosa dimensión.
Viajero incansable
Cuando en 1923 integra la redacción de la revista Proa, Oliverio acababa de regresar de Europa con sus Veinte poemas... en el bolsillo. Desde pequeño había realizado frecuentes viajes a Europa con sus padres y estudió en el colegio Epsom de Londres y luego en la escuela Albert Le Grand, de Arqueil. Refiere Ramón Gómez de la Serna que desde allí lo expulsaron después de tirarle en la cara un tintero a su profesor de geografía que pocos minutos antes se había referido frente a sus alumnos a los antropófagos que vivían en Buenos Aires, capital del Brasil. Al terminar la escuela secundaria, Girondo le promete a sus padres recibirse de abogado (carrera que jamás ejerció) si éstos a su vez le garantizan un viaje a Europa cada año. De esta manera conocerá Francia, Italia y España e, interesado seriamente por la paleontología y la etnografía, viaja por Egipto y luego por todas las repúblicas americanas del Pacífico.
De uno de sus viajes por Europa, en 1926, Girondo regresa con una importante y oscura barba de gaucho y en Buenos Aires, en un almuerzo que dan los martinfierristas en honor de Ricardo Güiraldes, lo espera una mujer, Norah Lange. Cuentan que cuando intentó sacarse la barba, el peluquero se resistió, y entonces Oliverio nunca más repitió el intento. Por esos años, Norah había regresado de Noruega y publicaba su libro 45 días y 30 marineros. Ambos hacen una fiesta donde Girondo le fabrica un traje de sirena pero con las escamas al revés. Desde entonces Norah, su "angelnorahcustodio", y la barba serán los incesantes compañeros del poeta.
Más allá de ese estilo de niño bien un poco provocador, Girondo irá alejándose del esnobismo y de las luces de artificio que caracterizaron a cierto sector de la vanguardia, para convertise en un personaje prescindente, antisolemne, antiacadémico. Maestro de las jóvenes generaciones de poetas, su estilo se emparenta con el de Macedonio Fernández, a quien lo une un gran amor por los disparates lógicos
La poesía como forma de conocimiento
Se pueden leer en la poesía de Girondo tres momentos fundamentales. Como verdadera ópera prima, los Veinte poemas... inauguran una poesía vital, llena de un entusiasmo celebratorio que parece responder al imperativo de la vanguardia de unir arte y vida. Muchos de sus poemas podrían funcionar como un manifiesto futurista, a partir de su desprecio por los valores consagrados y de su irreverencia religiosa. Pero hay algo más: a partir de esta poética de lo provisorio y de un uso ajustado del montaje cubista, se desmantela la linealidad cronológica de los cuadernos de viaje a favor de una lírica urbana que ubica la ciudad como centro.
El cosmopolitismo, la carnavalización de la que habla Jorge Schwartz en sus estudios críticos, permiten que el turista burlón salte de Bretaña a Brest, de Venecia a Buenos Aires o Sevilla y pueda maravillarse por las chicas de Flores, que "tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino y usan moños de seda que les liban las nalgas con un aleteo de mariposa". La centralidad del elemento visual (muy importante tanto en las preocupaciones teóricas de Girondo como en la integración del dibujo en los procesos de composición) se combina con una poética de lo provisorio donde parece cumplirse el mandato del epígrafe del libro: "Ningún prejuicio más ridículo que el prejuicio de lo sublime". De esta manera, la humanización de los objetos y la novísima centralidad que se le otorga a lo urbano, ya sean sus calles, los medios de transporte, los espacios públicos, los cafés y las milongas, permiten articular una estética profundamente antirromántica e innovadora.
Espantapájaros, de 1933, un segundo momento en la poesía de Girondo, que comienza ahora a situarse entre la tierra y el sueño, y donde los protagonistas ya no serán más las cosas sino los mecanismos psíquicos, los instintos. El absurdo surge aquí del sinsentido de una realidad impenetrable, donde el sujeto se astilla en miles de fragmentos: "Yo no tengo una personalidad; soy un coctel, un conglomerado, una manifestación de personalidades".
Sin embargo, es En la masmédula, de 1956, donde la experiencia con el lenguaje alcanza momentos inigualables en la poesía latinoamericana, sólo comparables a los de Trilce, de César Vallejo. Girondo se instala aquí en un universo verbal absolutamente propio y deja un legado único, exquisito, en la poesía en lengua castellana. Con el correr de los años, con el riguroso trabajo sobre la lengua, llega el cansancio, pero también la lucidez que produce el acercamiento de la muerte, como en "Noche Tótem": "Los idos pasos otros de la incorpórea ubicua también otra escarbando lo incierto/ que puede ser la muerte con su demente célibe muleta/ y es la noche/ y deserta".
romi
1 comentario:
Romi, Girondo que buen escritor, contaste su vida muy completa, te felicito, buen blog
Saludos
Martin Galeano
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