lunes, 27 de enero de 2014

Miguel Cané


Nace el 27 de enero de 1851. Hijo de Miguel Cané y Eufemia Casares, es el segundo hijo del matrimonio. Hereda de su padre la admiración por Europa
y la vocación por escribir. En 1863 muere su padre y a los tres meses ingresa al recién fundado Colegio Nacional. Dos presencias que lo entusiasman moldean su personalidad, El profesor y luego rector del Colegio, Amadeo Jacques y los folletines. Jacques le descubre las modernas corrientes del pensamiento, especialmente el positivismo y en los segundos da los primeros pasos de lector incansable y acucioso. Más tarde descubre su pasión por la música, el ateísmo y la vocación periodística.
El periodismo dará sencillez y espontaneidad a su prosa y fomentará su curiosidad abierta a todo. Y como a otros escritores de su época lo preparará para convertirse en el cronista de su generación, de su país y de sí mismo.
A los 17 años comienza su carrera de abogado y pasa a ser redactor de La Tribuna lo que le posibilita en febrero de 1870, acompañar a su admirado presidente Sarmiento a Entre Ríos para entrevistarse con Urquiza.
Poco después va a conocer Europa " el centro cultural soñado, mezcla de club, museo y sala de música".
En 1873 dirige El Nacional que apoya a la candidatura de Avellaneda. Con el triunfo de éste inicia su segundo viaje a Europa, a su regreso se casa con Sara Beláustegui y es diputado provincial. En 1876 ocupa una banca en el Congreso Nacional.
En 1876 edita sus Ensayos; en ese mismo año vio nacer su primer hijo y obtiene por fin su título de abogado. Asumió luego la representación diplomática ante los gobiernos de Colombia y Venezuela cargo en el que permaneció por dos años. Como resultado de esa salida del país surgió su libro En Viaje.
Ocupó luego otros cargos públicos como la Intendencia de Buenos Aires, el Ministerio de Relaciones Exteriores y ministro argentino en París. Falleció en Buenos Aires en 1905.
Fue considerado por algunos historiadores de la literatura como el escritor más representativo de la generación del 80.
 OBRAS
Aún no cumplidos los 20 años, Cané publica en La Tribuna una sección que titula Párrafos. Páginas breves, fragmentos casi. Esta denominación inicial incluye toda la prosa de Cané. Casi todas sus obras son colección de artículos periodísticos nacidos en el hecho mismo que los provocó. Cuando acusan tal origen -En viaje, Juvenilia- el mismo autor se complace en llamarlos apuntes, "charlas descosidas" nacidas sin plan previo "de una sucesión de cuadros tomados en el momento de reflejarse en mi espíritu por la impresión".
Sus páginas surgidas espontáneamente, "sin plan y sin medida", sin reelaboración, deben entenderse como una charla amable entre el escritor y el lector.
Aunque Cané no escribe para las muchedumbres como sus admirados Dickens y Shakespeare, no restringe su auditorio sino que lo amplia e incluye al lector culto porteño.
Juvenilia: es un relato en primera persona donde el relator da unidad a los primeros episodios que surgen como recuerdos deshilvanados, sin desarrollo lineal.. Hay un melancólico contrapunto entre la adolescencia despreocupada de ayer y el hombre maduro de hoy. El ámbito de la obra es el perímetro del colegio, ampliado durante el período de vacaciones en la Chacarita de los Colegiales. Sin embargo, a él confluyen los ecos ciudadanos y los conflictos nacionales, el mundo de afuera aparece como réplica del mundo de adentro.
Argumento
Poco después de la muerte de su padre, Cané ingresa como pupilo al Colegio Nacional de Buenos Aires. El niño sufre entonces un duro proceso de adaptación ya que se ve sometido a una severa disciplina: levantarse al alba, comer alimentos poco agradables, etc. Los capítulos posteriores relatan las travesuras y rencillas que se suscitan a diario entre los estudiantes. Una figura surge nítidamente como guía rectora: la de su querido profesor Amadeo Jacques. Después de varios años Cané regresa al Colegio ahora como docente- y los recuerdos juveniles impregnan su corazón de suave melancolía.

romi



martes, 14 de enero de 2014

Murió Juan Gelman


Poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1930. Murió hoy 14 de enero 2014
Hijo de inmigrantes rusos, se inició en la poesía desde muy pequeño, orientado por su hermano Boris quien fue
un lector compulsivo. Abandonó su carrera de Química para dedicarse por completo al destino de las letras.
Salió de Argentina en 1976 durante la dictadura militar y vivió en el exilio en México, donde decidió fijar la residencia
en forma definitiva.

 Participó de la creación del grupo El pan duro, el cual reunía a jóvenes militantes comunistas en busca de una poesía más fiel a sus raíces y de fácil lectura; además, conseguían sus propios medios para realizar las publicaciones y la difusión de las mismas
Como periodista, colaboró con diarios y revistas tales como La Opinión, Panorama, Crisis y Noticias, ocupando cargos que iban desde director hasta jefe de redacción.
Sin duda, debió enfrentar una de las peores desgracias imaginables: su hija, su hijo y su esposa fueron secuestrados durante la dictadura militar argentina. A pesar de no haber recuperado a su familia, continuó escribiendo enfocado en sus versos, aunque en su poesía se nota la inquietud de quien necesita seguir adelante, no detenerse.
De su obra poética se destacan las siguientes publicaciones:«Violín y otras cuestiones» en 1956, «En el juego en que andamos»
en 1959,   «Gotán» en 1962, «Los poemas de Sidney West» en 1969,  «Fábulas» en 1970, «Salarios del impío» en 1993,
«Sombra de vuelta y de ida» en 1997, «Incompletamente» en 1997  y «Salarios del impío y otros poemas» en 1998.
En 1997 obtuvo el Premio Nacional de Poesía en Argentina, el premio Juan Rulfo en el año 2000,  en 2004 el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde, en 2005 los premiosIberoamericano Pablo Neruda y Reina Sofía de Poesía, y en el año 2007 el Premio Cervantes.


Fábricas del amor
Y construí tu rostro.
Con adivinaciones del amor, construía tu rostro
en los lejanos patios de la infancia.
Albañil con vergüenza,
yo me oculté del mundo para tallar tu imagen,
para darte la voz,
para poner dulzura en tu saliva.
Cuántas veces temblé
apenas si cubierto por la luz del verano
mientras te describía por mi sangre.
Pura mía,
estás hecha de cuántas estaciones
y tu gracia desciende como cuántos crepúsculos.
Cuántas de mis jornadas inventaron tus manos.
Qué infinito de besos contra la soledad
hunde tus pasos en el polvo.
Yo te oficié, te recité por los caminos,
escribí todos tus nombres al fondo de mi sombra,
te hice un sitio en mi lecho,
te amé, estela invisible, noche a noche.
Así fue que cantaron los silencios.
Años y años trabajé para hacerte
antes de oír un solo sonido de tu alma.

romi

martes, 7 de enero de 2014

Osvaldo Soriano

Un escritor al que no le interesaba la literatura -como solía decir-, que aprendió de su vida nómade siguiendo a su padre electrotécnico por las distintas ciudades del interior. Fue él, que nació un día de Reyes de 1943 en la calle Alem de Mar del Plata, mientras Borges y Bioy Casares imaginaban las historias de Isidro Parodi, que nunca terminó el secundario, que no cumplió el sueño de sus padres de ser ingeniero ni el suyo de ser futbolista. Soriano, el escritor, el periodista, el cinéfilo, el fanático, “El Gordo”, que creció entre los paisajes y amistades que podían ofrecerle Mar del Plata, luego Tandil, San Luis, Río Cuarto, Río Negro, jugando a las barajas, refugiándose en el cine y el fútbol. Se hizo de San Lorenzo, sin importar lo que eso significaba en una provincia, sin nunca pensar en otra camiseta. Quizás ya entonces se gestaban los gérmenes de esa intensa provocación que caracterizaría siempre a Osvaldo Soriano.Ya pasaron 17años. Soriano no está. Pero no deja de estar presente. Ni él, ni el periodista de Triste, solitario y final, ni su Andrés Galván y Tony Rocha, ni su Julio Carré, ni sus artistas, locos y criminales, ni sus rebeldes, soñadores y fugitivos, ni sus piratas, fantasmas y dinosaurios. No deja de estar, pese a los críticos y académicos que desdeñaron sus historias y su estilo.Le gustaban los libros. Amaba a Arlt, a Cortázar y a Chandler. También a Simenon y a Greene, cuyas muertes, dijo, “lloró como un chico”. Su iniciación a la lectura fue con Soy leyenda, de Richard Matheson, en 1961. Y luego siguió: los clásicos del siglo XIX, los rioplatenses, los americanos, los clásicos de nuevo, implantando una lectura de orden caótico que lo seguiría toda su vida.Así como empezó a leer, también empezó a escribir, en la oficinita de una metalúrgica de Tandil, mientras trabajaba de sereno. Se sentaba en la máquina y tipeaba hasta el amanecer sus “primeros cuentitos, muy cortazarianos”. Y nunca más pudo escribir de día. Ya en Tandil, entre reuniones de café de intelectuales socialistas, dejó de pensar en fútbol y decidió ser escritor. Ahí consiguió su primer trabajo como periodista en El Eco de Tandil. Y arrancó: llegó a Buenos Aires en 1969 detrás de una nota sobre Semana Santa encargada por Osiris Troiani, para después seguir con sus crónicas en Panorama y La Opinión, luego durante su exilio en medios europeos como Il Manifiesto y Le Canard Echainé, y en su retorno al país, en Página/12. Las vueltas de la vida: ya como periodista, volvió a recorrer las ciudades y pueblos del interior que había recorrido durante su infancia.Fue en 1973 cuando irrumpió en la literatura con Triste, solitario y final. Apenas ocurrido el golpe de estado de 1976 se fue a Bélgica y de ahí a París, donde vivió hasta 1983, cuando regresó al país. “Las únicas dos veces que elegí realmente dónde vivir fueron la primera vez que llegué a Buenos Aires y cuando volví del exilio”, dijo alguna vez. Cuando salió de Buenos Aires nadie lo perseguía. Pero “era mejor estar equivocado con la dictadura que tener razón obedeciéndola”. Viajó y se quedó defendiendo a los exiliados y denunciando la desaparición de personas, que siguió acá, orgulloso, hasta sus últimos días, como cuandoescribió para la conmemoración de los veinte años de la dictadura: “Fui, con las Madres de Plaza de Mayo, con Cortázar, Osvaldo Bayer, David Viñas, con miles de otros mejores que yo, uno más de lo que los militares llamaban ‘campaña antiargentina’”. Y por esa época conoció a Osvaldo Bayer, personalmente. En realidad lo había conocido antes, ya que “como siempre con las muy buenas amistades, empezó con una pelea”, cuenta Bayer, a sus 84 años, mientras explora por primera vez las posibilidades del Skype en una entrevista con Ñ Digital desde Linz Am Rhein.  Él investigaba sobre Severino Di Giovanni -el anarquista fusilado por la dictadura de Uriburu-, cuando salió una nota firmada por Osvaldo Soriano sobre el mismo anarquista que decía exactamente lo contrario. Entonces, claro, Bayer llamó furioso a la revista, y habló, por primera vez, con ese tal Soriano. “Soriano, mucho gusto”, se presentó. “¿Sabe lo que quiero decirle a usted? Usted es poco hombre”. Eso entre otros improperios. Y pasaron varios años, a Bayer le tocó ir al exilio, y en la Feria del Libro de Frankfurt se encontró nuevamente con Soriano, que estaba con el editor Daniel Divinsky. Pero a esa altura, lo de Di Giovanni estaba olvidado para Bayer. “¿Lo conocés a Osvaldo Soriano?”, dice Divinsky. “Sí, mucho gusto, ahora lo conozco personalmente”, contesta Bayer, “Su libro es magnífico, es un gran escritor”. Entonces Soriano lo mira y le dice: “Sí, pero yo soy poco hombre”. Tras cuestiones aclaradas, a partir de ese momento fueron los mejores amigos.Fue también por esos años cuando se conoció en el país No habrá más penas ni olvido-llevada al cine por Héctor Olivera- y se publicó Cuarteles de invierno, que venía de ser considerada mejor novela extranjera en Italia y fue adaptada al cine dos veces. Pero fue en Argentina, tras su imposibilidad de escribir desde el exilio, cuando lanzó A sus plantas rendido un león, Una sombra ya pronto serás -llevada al cine en 1994 otra vez por Olivera-, El ojo de la patriaLa hora sin sombra y su libro para chicos, El negro de París. Y también los cuatro volúmenes con sus mejores crónicas periodísticas: Artistas, locos y criminales (1984), Rebeldes, soñadores y fugitivos (1988), Cuentos de los años felices (1993) y Piratas, fantasmas y dinosaurios (1996).La fascinación que ejercía sobre los lectores se tradujo en enormes ventas y en traducciones a distintos idiomas en el extranjero. “Sus libros demuestran una gran profundidad de todo tipo, una sabiduría popular escrita en un idioma absolutamente popular. Y eso es lo que lo hizo triunfar tanto”, afirma Bayer. “Lo que más valor tiene es que el lector común tiene a su escritor querido, porque Soriano se metía bien en las venas de los barrios porteños, en las venas de lo que es el argentino. Nadie como él ha descrito al porteño con esa profundidad”. Fue ese particular pacto con los lectores lo que lo convirtió en el autor argentino vivo más leído de su época. Con su literatura enfrentó a los argentinos con su identidad. Como dijo Bioy Casares, un argentino que escribía como un argentino. Un novelista atípico. “En el fondo, mis libros plantean por infinitésima vez en la literatura argentina el problema de la identidad. Por eso mis personajes son contradictorios y se parecen tanto a los comunes mortales”, diría alguna vez. Conciencia civil, democrática y política, un intuitivo que montó un mundo de perdedores sentimentales, una suerte deflâneurs tragicómicos que vagan por los pueblos en busca de sí mismos.Soriano, con Bayer, David Viñas, León Rozitchner y Tito Cossa, conformó un grupo de escritores que se reunía los jueves en “el Tugurio” -como Soriano apodó a la casa de Bayer. Era un provocador. “Siempre llegaba más tarde a las reuniones y largaba un tema para que se agarraran en la discusión Viñas y Rozitchner. Y siempre se agarraban tremendamente, a los gritos. Entonces Soriano levantaba la copa y brindaba sonriente, porque otra vez había triunfado”, recuerda Bayer. “Lo que hubiera hecho, lo que hubiera escrito si hubiera vivido”.Como Soriano escribió alguna vez: “Un escritor está siempre igual de solo que un corredor de maratón. De esa soledad debe sacarlo todo: música celeste y ruido de tripas. Y también la peregrina ilusión de que un día, alguien decida abrir su libro para ver si vale la pena robarle horas al sueño con algo tan absurdo y pretencioso como una página llena de palabras”.
Y no hay duda de que vale la pena.
romi

jueves, 2 de enero de 2014

La ciudad y los perros


Introducción
En 1962, hace aproximadamente 50 años, el escritor peruano Mario Vargas Llosa hizo pública la novela que, en un principio recibió el nombre de Los impostores, y que terminó llamándose La ciudad y los perros. Siempre los libros llegan a los ojos del lector en el momento justo, y sin sospecharlo ni planearlo. “No se lee de la misma manera La ciudad y los perros en 1962  o en 2012, cincuenta años después, cuando la celebramos. Cualquier joven que tenga en sus manos el libro sabe de antemano que se trata de la obra de un autor consagrado que ha merecido el Premio Nobel, que en cierto sentido es un libro clásico, que la lectura que emprenda ha sido precedida por la lectura de miles y miles de aficionados”. Desde un principio el escritor peruano aclara que no habría podido escribir esta novela de no haber sido porque en algún momento fue o actuó como algunos de sus personajes: Cava, Alberto, el Jaguar: “Para inventar su historia, debí primero ser de niño, algo de Alberto o del Jaguar, del Serrano Cava y del Esclavo, cadete del colegio militar Leoncio Prado, miraflorino del Barrio Alegre vecino de la Perla”. Podría yo afirmar lo mismo, pero desde el lugar del lector, porque al momento de imaginar cada escena, cada acción, cada lágrima, experimenté las sensaciones humanas, tan pertinentes, de todos los personajes que componen la obra prima de Vargas Llosa. 
La ciudad y los perros
La novela está dividida en dos partes y en un epílogo. Cada una de las partes se compone de ocho capítulos y van antecedidas por epígrafes en francés. El epílogo, por su parte, va antecedido por un epígrafe en español. Todos, como es normal, hacen alusión a las acciones humanas que se llevan a cabo en cada uno de los apartados. El narrador varía de primera persona a omnisciente, se presentan varios diálogos de los personajes y la trama no es plana. Marcos Martos rescata la importancia de esta obra en el Perú: “(…) abrió un camino de perfección, tanto en la obra del autor como en las letras hispanoamericanas, enriquecidas, a partir de ese momento de un modo inédito, nunca visto, significó una revolución para las letras del Perú que alcanzaba una mayoría de edad literaria y el lanzamiento de un joven autor a la liza editorial del mundo, el comienzo de una merecida fama aumentada cada año con nuevos logros”.
Por otra parte y para dar un esbozo de la novela, exponemos lo siguiente: El Círculo fue una organización comandada por el Jaguar, cuyo propósito era hacer respetar al grupo de inferiores que eran maltratados por los cadetes de títulos mayores. Los perros son entendidos como aquellos nuevos cadetes, novatos, sin experiencia, que entran al colegio militar por mandato de sus padres que tienen el temor de que en otra institución se dañen socialmente. Generalmente eran humillados por grupos de cadetes con más experiencia. El Círculo fue la solución a esta situación. Y de donde resultaron todas las acciones de la novela. Por azar, Cava, uno de los cadetes del círculo, tiene que robar un examen para beneficio de todos; incluso para venderlo a algunos que dan una buena suma por conocer las preguntas. Sin embargo, y aunque lo hurta, rompe un vidrio de una ventana, que pone en evidencia la falta. No obstante, nadie se entera, ni sopla (hago uso de un término muy recurrente en la novela) quién fue el culpable de tal hecho. Mientras se desarrollan estas acciones, el novelista mantiene una historia paralela que solo hasta el final dará sus luces. Presenta a dos niños: uno ladrón, el Jaguar, que se queda sin padres, que cae en el más bajo mundo y que al fin es enviado por su padrino al colegio militar. El Jaguar tuvo una enamorada, Teresa, una chica un poco fea, que al fin de cuentas le fue infiel con otro, con el que Jaguar tuvo problemas de groserías y de golpes. El otro niño es Alberto, con el que usa la primera persona para narrar sus acciones, que fue enviado al colegio militar porque su padre temía que le saliera marica. Y es en Alberto, sobre todo, en quien giran la mayoría de las acciones de La ciudad y los perros.
Tengamos en cuenta también al Esclavo, un cadete que desde el principio fue humillado por los demás, que nunca tuvo amigos, que consideraba a Alberto como su único compañero y que fue asesinado un día por el Jaguar. Ya veremos cómo. Sepamos que Gamboa era uno de los jefes de cuadra y que apoyó hasta donde pudo la denuncia hecha por Alberto del asesinato de su amigo. Por supuesto que hay más personajes, pero conformémonos con estos, mientras tanto. Y ahora sí expliquemos. Después de que se descubre que fue roto el vidrio para robar el examen de Química, los militares de alto rango prohíben la salida los fines de semana a todos los cadetes hasta que se sepa quién fue el culpable. El Esclavo, que andaba enamorado de Teresa, no resistió más su encierro y decidió informar sobre el culpable del hurto. A Cava lo expulsaron y, a partir de ahí, se desencadenaron los demás hechos de la novela. La acción transformadora vino con la muerte del Esclavo, mientras hacían un simulacro de guerra en una especie de selva. Al principio se afirmó que había sido el mismo Esclavo el que había disparado su fusil y que se había causado a sí mismo la muerte. Alberto negó tal hipótesis porque el tiro se lo dieron en la nuca, acto que imposibilitaba el suicidio involuntario. Alberto acusó al Jaguar y se desató entre los militares mayores un conflicto social y político: Gamboa apoyó la idea de Alberto y la defendió ante los de más alto rango militar. El coronel y los demás rebatían tales acusaciones por los problemas que se le vendrían a la institución si llegase a entrar en investigaciones de tal índole. Cambiaron los hechos, de tal forma que se indicara científicamente y legalmente que el Esclavo había muerto por un accidente.
La insistencia de Gamboa hizo que fuera trasladado a otra sede con menos posibilidades de ascenso y en condiciones mucho más precarias. El Jaguar confesó al fin su acto, pero no fue culpado por las cuestiones políticas ya explicadas.
La experiencia de estar en el suelo
En 50 años son muchas las propuestas que se han planteado en torno a los personajes, el contexto militar o histórico, el poder y los súbditos. Y aunque se ha estudiado el tema a fondo, no sobraría reflexionar nuevamente sobre la cuestión del poder y del sentimiento del Jaguar cuando estuvo en los zapatos del esclavo, en la ocasión en que sus compañeros, los que siempre le habían brindado respeto y pleitesía, lo culparon de que había sido él, el Jaguar, y no otro, el que había “soplado” la información de que todos los cadetes tenían en los cajones alcohol y cigarrillos. El Jaguar, y todos los que pertenecían a la misma cuadra, habían supeditado todo el tiempo al Esclavo, lo habían humillado, y cuando el Jaguar se sintió en el piso, tal cual el Esclavo, tomó la decisión de confesar su crimen, después de haberlo encubierto por tanto tiempo: “(…) ahora comprendo mejor al Esclavo. Para él no éramos sus compañeros, sino sus enemigos. ¿No le digo que no sabía lo que era vivir aplastado? Todos los batíamos es la pura verdad, hasta cansarnos, yo más que los otros. No puedo olvidarme de su cara, mi teniente.  Le juro que en el fondo no sé cómo lo hice. Yo había pensado pegarle, darle un susto. Pero esa mañana lo vi ahí al frente, con la cabeza levantada y le apunté”. Y con esto llegamos a uno de los puntos más sobresalientes de la obra: la conveniencia del colegio militar en no delatar al asesino por su propio bien. Y tal vez, en nuestros países latinoamericanos, continúe haciéndose lo mismo.
Así las cosas, La ciudad y los perros, en poco más de 50 años de vida, es considerada una de las obras más importantes de la literatura universal. Sobresalen temas como el racismo, el abuso del poder, el contexto del colegio militar (al que también perteneció el autor), la subvaloración de las personas, dentro de un marco en el cual tales comportamientos hacen más hombre al joven cadete. Nadie, según la experiencia del Jaguar, comprendería a los súbditos si no viven como ellos.
romi

martes, 17 de diciembre de 2013

Felices Fiestas!!!!!!!!!!


En esta Navidad a mis amigos les quiero regalar, todo mi cariño
Y un abrazo en la distancia, además de un sincero deseo,
Que la pasen bien con los suyos.
Olviden el rencor, vivan felices y luchen por el amor.
La vida es maravillosa y nosotros tenemos la llave
Y decidamos el camino a tomar.
Quisiera nombrarlos a todos los que por aquí pasan dejando sus huellas.  Se que olvidare algunos y les pido perdón. Feliz Navidad a cada uno de ustedes. 




Romi

Bertolt Brecht, Parábola de Buda sobre la casa en llamas



Gautama, el Buda, enseñaba la doctrina de la Rueda de los Deseos,
a la que estamos sujetos, y nos aconsejaba
liberarnos de todos los deseos para así,
ya sin pasiones, hundirnos en la Nada, a la que llamaba Nirvana.
Un día sus discípulos le preguntaron:
«¿Cómo es esa Nada, Maestro? Todos quisiéramos
liberarnos de nuestros apetitos, según aconsejas, pero explícanos
si esa Nada en la que entraremos
es algo semejante a esa fusión con todo lo creado
que se siente cuando, al mediodía, yace el cuerpo en el agua,
casi sin pensamientos, indolentemente; o si es como cuando,
apenas ya sin conciencia para cubrirnos con la manta,
nos hundimos de pronto en el sueño; dinos, pues, si se trata
de una Nada buena y alegre o si esa Nada tuya
no es sino una Nada fría, vacía, sin sentido.»
Buda calló largo rato. Luego dijo con indiferencia:
«Ninguna respuesta hay para vuestra pregunta.»
Pero a la noche, cuando se hubieron ido,
Buda, sentado todavía bajo el árbol del pan, a los que no le
habían preguntado
les narró la siguiente parábola:
«No hace mucho vi una casa que ardía. Su techo
era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí
que aún había gente en su interior. Fui a la puerta y les grité
que el techo estaba ardiendo, incitándoles
a que salieran rápidamente.
Pero aquella gente no parecía tener prisa. Uno me preguntó,
mientras el fuego le chamuscaba las cejas,
qué tiempo hacía fuera, si llovía,
si no hacía viento, si existía otra casa,
y otras cosas parecidas. Sin responder,
volví a salir. Esta gente, pensé,
tiene que arder antes que acabe con sus preguntas.
Verdaderamente, amigos,
a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de
desear gustosamente
cambiarse de sitio, nada tengo que decirle.» 

Así hablaba Gautama, el Buda.
Pero también nosotros, que ya no cultivamos el arte de la paciencia
sino, más bien, el arte de la impaciencia;
nosotros, que con consejos de carácter bien terreno
incitamos al hombre a sacudirse sus tormentos; nosotros
pensamos, asimismo, que a quienes,
viendo acercarse ya las escuadrillas de bombarderos del capitalismo,
aún siguen preguntando cómo solucionaremos tal o cual cosa
y qué será de sus huchas y de sus pantalones domingueros
después de una revolución,
a ésos poco tenemos que decirles.

Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898 – Berlín, 1956), Historias de al­manaque, 1939

lunes, 28 de octubre de 2013

Casa tomada de Julio Cortázar



La narración nace de la presencia de una fuerza extraña que domina la vida de los protagonistas.
Dos hermanos solteros, Irene -”... nacida para no molestar a nadie"- y el na­rrador, viven en una vieja casa de Buenos Aires, llena de recuerdos familiares’. La cuidan con verdadero esmero. Se levantan muy temprano y hacen la limpieza. Después del almuerzo, ya todo está en orden. Entonces, Irene continúa tejiendo -" No sé por qué tejía tanto... "-. Esa actividad es, en su vida, casi una obsesión.Un día, a las ocho de la noche, su hermano escucha un ruido "impreciso y sordo" en el comedor o en la biblioteca, y, luego, en el fondo del pasillo. Cierra inmediatamente la puerta con llave y se dirige a la cocina para calentar la pava del mate. Luego, le comunica el hecho a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo. Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
 

La nueva situación los entristece, porque en "la parte tomada" de la casa han dejado cosas que quieren mucho. A pesar de ello, poco a poco se resignan y tratan de gozar de las nuevas ventajas:
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco per­dido a causa de los libros, pero por no afligir a. mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá (...). Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar. 
Una noche, el narrador siente sed y se dirige a la cocina para beber agua. De pronto, oye un nuevo ruido, pero no puede precisar de dónde procede. Irene también lo oye.
Los ruidos se oían más fuertes pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada. 
La mujer reconoce que han tomado también esa parte de la casa. Suelta el tejido sin mirarlo. Están con lo puesto. Son las once de la noche. Salen a la calle.
Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo' se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada. 
"Casa tomada" está narrado en primera persona por uno de los protagonistas: el hermano de Irene. Éste rememora, desde su presente, todo lo sucedido en un tiempo que desconocemos:
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living.Sólo explicita algunas referencias temporales -" ... eran las ocho de la noche"; " ... a las nueve y media ... "; "Desde 1939 ... "; " ... eran las once de la noche"- que ubican vagamente los hechos·.
Los personajes viven en el pasado. De ahí que sean tan significativas estas palabras: " ... y eso me sirvió para matar el tiempo".El narrador nos dice: " ... es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia".La casa aparece casi personificada. Los protagonistas no ven en ella algo material; representa, en realidad, a todos sus antepasados, cuyo recuerdo continúa gobernán­dolos:
Los dos hermanos, alejados del mundo exterior, viven otro tiempo. Su única y gran preocupación es la casa, especie de refugio o de celda·, y, al mismo tiempo, símbolo de su subjetividad.
Irene (que en griego significa paz) se complace serenamente en hacer la rutinaria limpieza y en tejer -" ... se pasaba el resto del día tejiendo ... "-;
Esta actividad manual, silenciosa -sólo se oye el "roce metálico" de las agujas- es un "leit-motiv" (motivo recurrente) en el cuento. Tejer es crear formas nuevas -lo único que cambia en esa casa, donde el tiempo parece deteni­do--, es sentir que se vive. La actitud de esta mujer -Penélope sin Ulises -_ revela un profundo y, tal vez, inconsciente sufrimiento interior: "sus graves ojos cansados" .
. . . tejía cosas siempre necesarias ... A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas.El narrador se pregunta "qué hubiera hecho Irene sin el tejido". En verdad, es lo único que le pertenece. De ahí la cantidad de pañoletas que apila vanamente en el cajón de la cómoda:
No necesitábamos ganamos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido ...
Su actitud, al final del cuento, es muy significativa: suelta el tejido sin mirarlo, porque 'Ya no lo necesita. Ahora es libre.El narrador asume con calmosa naturalidad su destino: "persistir" en esa casa, junto a su hermana.
Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa ...
Como admira la "destreza maravillosa" que tiene Irene para tejer -" ... a mí se me iban las horas viéndole las manos ... "-, sale de la casa para comprarle lana. Ella siempre se queda.
Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Ar­gentina. 
Él es el primero en oír dos veces el extraño sonido·, símbolo, tal vez, de un mandato interior: el de liberarse de ese lugar que le ha impedido elegir su camino en la vida; símbolo, también, de su insatisfacción ante las cosas dadas:
A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos [ ... j. No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvemos hacia atrás. 
Irene participa de la decisión de su hermano de dejarlo todo, de salir al mundo. La "puerta cancel" adquiere aquí también un valor simbólico: es la frontera entre lo co­nocido -la casa- y lo desconocido; el paso de la muerte a la liberación. El temor a lo ignoto hace llorar a Irene. “Cerré de un golpe la cancel ... “ Ese golpe propicia un "nacimiento":
Estábamos con lo puesto [ ... ) y salimos a la calle.
La actitud final del narrador implica una resolución irreversible, aunque llena de nostalgia: no regresar más. Los hermanos demuelen espiritualmente la casa. La clave está al comienzo del cuento:
... o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese de­masiado tarde. 
Los hechos transcurren en una casa "profunda" y "silenciosa", "espaciosa" y "an­tigua", especie de laberinto, donde pueden vivir "ocho personas sin estorbarse" .
. . . avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. 
La extraña "presencia" de los ruidos, siempre sordos, crea el obligado desplazamien­to de los personajes a un lado de la casa; luego, hacia la puerta cancel, hacia el zaguán y, finalmente, hacia la calle.
El tácito miedo a la muerte les impide volver "al otro lado de la casa", a la "parte tomada".
La tensión de la que habla Cortázar se intensifica cuando se insiste en que todo está callado, excepto la cocina: "Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos más despacio para no molestarnos.La ruptura de ese silencio, de la vida ordenada y rutinaria de los habitantes de la casa, por es a fuerza misteriosa, origina la intriga.
Dijo Julio Cortázar: El cuento surge como un asalto, como algo que se posesiona del escritor y lo con­vierte en "una masa informe sin palabras ni caras ni principio ni fin pero ya un cuento". Entonces, debe escribirlo inmediatamente e ignorar todo lo que lo rodea. No hay pen­samientos previos, sino un "bloque informe" que adquiere su ser a la luz de la escritura, de una escritura exaltante, desesperada: "es ahora o nunca".
Finalmente, la comunicación con el lector se da desde el cuento y no mediante él, pues ya es una criatura autónoma.
"Casa tomada" • es el primer cuento que publica Julio Cortázar . Según él, todos los cuentos, en especial los fantásticos, "son productos neuróticos, pesadillas o aluci­naciones neutralizadas mediante la objetivación y el traslado a un medio exterior al terreno neurótico; de todas maneras, en cualquier cuento breve memorable se percibe esa polarización, como si el autor hubiera querido desprenderse lo antes posible y de la manera más absoluta de su criatura, exorcizándola en la única forma en que le e a dado hacerla: escribiéndola".
"Casa tomada" es un cuento fantástico que nace de una pesadilla de su autor:
"Yo soñé "Casa tomada". La única diferencia entre lo soñado y el cuento es que en la pesadilla yo estaba solo. Yo estaba en una casa que es exactamente la casa que se describe en el cuento, se veía con muchos detalles, y en un momento dado escuché los ruido por el lado de la cocina y cerré la puerta y retrocedí. Es decir, asumí la misma actitud de los hermanos. Hasta un momento totalmente insoportable en que [ ... ] en ese sonido estaba el espanto total. Yo me defendía como podía, es decir, cerrando las puertas y yendo hacia atrás. Hasta que me desperté de puro espanto.Al despertar, Cortázar escribe su cuento de un tirón: "El cuento empieza hablando de la casa [ ... ] porque la tenía delante de los ojos. Pero de golpe ahí entró el escritor en el juego". Entonces, decide "vestir un poco" la narración, agregarle datos que no estaban en su pesadilla. Lo fantástico· proviene, pues, de un sueño.

PD/ Este libro es el primero que leí de chica

romi

viernes, 25 de octubre de 2013

Alfonsina Storni

Nacimiento29 de mayo de 1892 Sala Capriasca, Suiza Defunción 25 de octubre de 1938 (46 años) Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina Nacionalidad Argentina PeríodoSiglo XX GéneroPoeta, escritora MovimientosPosmodernismo Firma
Alfonsina Storni Martignoni (Sala Capriasca, Suiza, 22 o 29 de mayo de 18921 2 3 4 – Mar del Plata, Argentina, 25 de octubre de 1938) fue unapoeta y escritora argentina del modernismo.
Sus padres, dueños de una cervecería en San Juan, regresaron a Suiza en 1891. Y en 1896 volvieron a Argentina junto con Alfonsina, quien había nacido durante la estadía de la pareja en el país europeo. En San Juan concurrió al jardín de infantes y desarrolló la primera parte de su infancia. A principios del siglo XX la familia se mudó a Rosario, donde su madre fundó una escuela domiciliaria y su padre instaló un café cerca de la estación de ferrocarril Rosario Central. Alfonsina se desempeñó como mesera en el negocio familiar, pero dado que este trabajo no le gustaba se independizó y consiguió empleo como actriz. Más tarde recorrería varias provincias en una gira teatral.
Storni ejerció como maestra en diferentes establecimientos educativos y escribió sus poesías y algunas obras de teatro durante este período. Su prosa es feminista, ya que busca en ella la igualdad entre el hombre y la mujer, y según la crítica, posee una originalidad que cambió el sentido de las letras de Latinoamérica. Otros dividen su obra en dos partes: una de corte romántico, que trata el tema desde el punto de vista erótico y sensual y muestra resentimiento hacia la figura del hombre, y una segunda etapa en la que deja de lado el erotismo y muestra el tema desde un punto de vista más abstracto y reflexivo. La crítica literaria, por su parte, clasifica en tardorrománticos a los textos editados entre los años 1916 y1925 y a partir de Ocre encuentra rasgos de vanguardismo y recursos como el antisoneto. Sus composiciones reflejan, además, la enfermedad que padeció durante gran parte de su vida y muestran la espera del punto final de su vida, expresándolo mediante el dolor, el miedo y otros sentimientos.
Fue diagnosticada con cáncer de mama, del cual fue operada. A pedido de un medio periodístico se realizó un estudio de quirología, cuyo diagnóstico no fue acertado. Esto la deprimió, provocándole un cambio radical en su carácter y llevándola a descartar los tratamientos médicos para combatirla.
Se suicidó en Mar del Plata arrojándose de la escollera del Club Argentino de Mujeres. Hay versiones románticas que dicen que se internó lentamente en el mar. Su cuerpo fue velado inicialmente en esa ciudad balnearia y finalmente en Buenos Aires
La caricia pérdida
Se me va de los dedos la caricia sin causa, 
se me va de los dedos... En el viento, al pasar, 
la caricia que vaga sin destino ni objeto, 
la caricia perdida ¿quién la recogerá? 
Pude amar esta noche con piedad infinita, 
pude amar al primero que acertara a llegar. 
Nadie llega. Están solos los floridos senderos. 
La caricia perdida, rodará... rodará... 
Si en los ojos te besan esta noche, viajero, 
si estremece las ramas un dulce suspirar, 
si te oprime los dedos una mano pequeña 
que te toma y te deja, que te logra y se va. 
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa, 
si es el aire quien teje la ilusión de besar, 
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos, 
en el viento fundida, ¿me reconocerás?





romi

sábado, 24 de agosto de 2013

113 años del nacimiento de Jorge Luis Borges

Hoy se cumplen 113 años del nacimiento de Jorge Luis Borges y su obra sigue desconcertando al mundo
Jorge Luis Borges es en la actualidad un tópico gigante de conversación entre los amantes de las letras. Considerado el mejor escritor del siglo XX, se quedó sin el Premio Nobel por no creer en la democracia y considerarla “un abuso de la estadística”.
Nació el 24 de agosto de 1899 en Ginebra, pero fue tan argentino como cualquiera de sus compatriotas: un poeta tremebundo cuyos cuentos desconcertaron a la humanidad y colocaron a Latinoamérica en el mapa de la lengua castellana.
A 113 años de su nacimiento y 26 de su muerte, Borges es admirado con carcajada por quienes han leído cualquier pedacito de su obra. ¡Es imposible que supiera tanto! Exclaman los que hoy en día el mundo valora como eruditos.
A los siete años de edad escribió un cuento titulado “La visera fatal” a partir de El Quijote. Bilingüe desde niño, a la misma edad desarrolló en inglés un resumen de la mitología griega. Fue creciendo y aumentando su genio: a los ochenta años le preguntaban si era cierto que hablaba finlandés y él respondía: “Bueno, chico, el finlandés que habla todo el mundo en la calle”.
Sabía tantas cosas que a veces se aburría y mentía. Crió fama y nunca se acostó a dormir: cuando decía la verdad la gente alababa sus conocimientos, y cuando le descubrían alguna mentira en sus textos: “¡Oh, maestro, es usted un genio de la ficción!“.
Dicen que el Premio Nobel perdió seriedad al no tener a Borges
Dicen que el Premio Nobel perdió seriedad al no tener a Borges, porque ese premio lo deciden los suecos y porque todo el mundo sabía que desde Shakespeare muy pocos pudieron lograr con el lenguaje lo que Borges.
Se quedó sin el premio por su apoyo a la dictadura chilena y por aquella entrevista en la que dijo que Argentina podría tener una democracia como en 200 ó 300 años, con lo que dio a entender que un pueblo ignorante siempre escogerá malos gobernantes.
En todo caso, asumió como suya toda la literatura universal, y un rol paternalista sobre cuanto se escribió durante el siglo XX. Haber escrito “carcajada” cinco párrafos más arriba no es una burla, porque sólo a través de la risa pueden soportar los letrados de hoy en día el carácter tal vez inalcanzable de sus sentencias.
En un encuentro entre Borges y Mick Jagger fusionó para siempre al rock and roll con las letras serias. El vocalista de los Rolling Stones se encontró al argentino almorzando en un hotel de Madrid y se arrodillo a sus pies: “Maestro, yo lo admiro”.
La sorpresa de Jagger fue que Borges sabía quién era él y hasta conocía las letras algunas de sus canciones. Es que Borges también era rockero: su esposa, María Kodama, develó en 1996 que al cuentista no le gustaba que le cantaran el tradicional cumpleaños, él prefería que sus amistades lo complacieran entonando alrededor de una torta la canción más emblemática de Pink Floyd: Another brick in the wall.
A Borges hay que leerlo todo. A mí me gustaría que usted leyera al menos sus poemas y libros como “El Aleph”, “Ficciones”, “El informe brodie” y “El libro de arena”. También algún ensayo: “Historia de la eternidad”, “El tamaño de mi esperanza”…

viernes, 9 de agosto de 2013

El Jorobadito, de Roberto Arl

Esta historia, narrada en primera persona, comienza cuando el narrador, en este caso omnisciente, se encuentra en prisión recordando los hechos que lo llevaron a terminar ahí y cometer el crimen que se le imputa: haber estrangulado al jorobadito. Este último, es apodado por el narrador como "Rigoletto", un hombre infeliz y condenado por la sociedad a causa de su deformidad física. Es un personaje que parece englobar todos los defectos posibles en un ser humano, no sólo los físicos, también su conducta es calificada por el narrador como insolente, perversa, cruel, cínica, descarada,etc.
El narrador (del cual se desconoce su nombre) dice haber conocido al jorobadito en un café y le hizo reír tanto que le pareció que era "el pillete más divertido que había encontrado en su vida", aunque realmente nunca le tuvo afecto, más bien fue el jorobadito el que le dijo "me parece una persona muy de bien y quiero ser su amigo".Además el narrador nos va describiendo sus sentimientos y su forma de pensar, dice que ha padecido mucho en su vida a causa de tener una sensibilidad tan fuerte que lo ha hecho capaz de percibir hasta los pensamientos ajenos y que fue precisamente eso lo que le permitió conocer la realidad de la bajeza humana en las personas que aparentaban ser las más buenas y respetadas. Se siente solo e incomprendido y no entiende porqué la prensa, la policía y el público en general se indignan por lo que él ha hecho.Él, más bien piensa que ha librado al mundo de uno de sus peores males: ese grotesco corcovado, y declara que su desgracia de estar en la cárcel ocurrió a causa de haber llevado a la casa de la señora X al jorobado. La señora X era su suegra, una mujer vieja que él dice odiar, y es madre de su novia Elsa, a la cual describe como una mujer muy hermosa. Al parecer nunca tuvo problemas con esas mujeres y estaba muy enamorado de su novia, pero el amor se le empezó a extinguir cuando su suegra (y de forma indirecta también su novia), empezaron a sugerir que deberían de casarse pronto, y como él pensaba que el matrimonio era una terrible esclavitud, tuvo que ingeniárselas para deshacerse del compromiso matrimonial y para eso recurrió al jorobadito.Fue con el jorobado y le dijo que lo llevaría a casa de su novia para que le diera un beso, con lo cual obviamente la novia se indignaría y rompería la relación, cosa que sí ocurrió, pero la disfuncional relación entre él y Rigoletto y la insolencia de este último provocó que en un arranque de coraje terminara ahorcándolo.El autor relata esta historia en un Buenos Aires sombrío, triste, que parece reflejar la misma tristeza que envuelve al narrador el cual incluso llega a pensar que "el giboso" se asemeja a lo malvado que hay dentro de él mismo.
romi

sábado, 13 de julio de 2013

Historia universal de la infamia


Les dejo la reseña de"Historia universal de la infamia" de Jorge Luis Borges
Debo admitir que de niña y ya mientras crecía, Borges siempre fue un gran relegado entre los autores que prefería leer. Y esto podría deberse a la complejidad de las tramas o quizá a mi inmadurez como lectora. Como debut en el campo, “Historia universal de la infamia” es ampliamente recomendable. Contiene sie
te “biografías” de personajes improbables entre los que se encuentran por ejemplo Lazarus Morell, redentor de esclavos, la viuda Ching, una pirata, Tom Castro, impostor, entre muchos otros. Cabe destacar el espacio que merece la versión borgeana de la vida de “Billy the Kid” con llamativos giros de lunfardo argento en la narración. ¿Cuál es el hilo conductor de todas estas vidas tan peculiares? De acuerdo a la denominación barroca dada por el mismo autor al prologar su obra, “la infamia”, es el denominador común. A poco de leer este ejemplar, que se devora sin descanso (en mi caso, lo leí en dos horas febriles) vemos que la virtud como tal es difusa y que los personajes contienen una gran nobleza dentro de lo despreciables que pudieren parecer sus historias, y que además de la tragedia, pueden adivinarse visos de humor en la trama.
“Historia universal de la infamia” te transporta desde el delta del Mississipi, hasta la China, pasando por las sórdidas calles de Nueva York, recorriendo el lejano oeste. Es de lectura ágil y, a pesar del ascetismo y fingido rigor historicista propio de un autor que sólo está obedeciendo a sus fuentes, se puede adivinar la sangre y la pasión del Borges de los comienzos. A mi me ha gustado mucho, y por eso lo recomiendo leer.
Como curiosidad y relato que se sale del stándard, “Hombre de la esquina rosada”, que a esta altura de los hechos, es uno de los relatos más famosos de Borges, me ha cautivado, porque incluso he hallado indicios de existencialismo, ¿casi?, en la narración de una pelea de guapos en el Buenos Aires milonguero
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romi

martes, 7 de mayo de 2013

Cumple 50 años “Rayuela”, el libro de cinco generaciones de jóvenes



En los 60, cuando apareció, se transformó muy rápidamente en un clásico. Por su formato, por su vanguardismo, por la forma en que mezclaba el surrealismo francés de los años 20 con el realismo mágico del boom latinoamericano.
Para los lectores argentinos en particular, la novela traía algo de la vanguardia de Macedonio Fernández. Por las aspiraciones poéticas del libro, también traía algo de Oliverio Girondo. Venía a bordo de las velocidades de su tiempo, a bordo del rock, el pop, las revueltas políticas y la revolución sexual.
Pero cómo no recordar aquel texto de David Viñas que apareció en 1969 y en el que se cuestionaba la influencia que Cortázar estaba teniendo en una nueva generación de escritores de entonces: Manuel Puig, Ricardo Piglia, Germán García. En los 70, aclamada por una nueva generación de jóvenes, leerla se volvió una forma de ser más joven todavía. Así como los capítulos de la novela podían reordenarse según los caprichos del lector, del mismo modo, la novela era también una forma de imaginar otro orden del mundo.
Pero ya se encontraban definitivamente divididas las aguas respecto de las formas de leerla: mientras algunos la reivindicaban por su vitalismo, su lenguaje coloquial y el mensaje social del escritor en sus entrevistas, había quienes en cambio reivindicaban la novela por el mundo cultural y artístico que evocaba, por su experimentalismo y su vanguardia.
En los años 80, ya definitivamente considerada un monumento literario, se transformó en la novela de un autor referente ineludible de la izquierda internacional. Cuando ese autor de fama exorbitante en el que se había transformado Cortázar regresó al país luego de treinta años de vivir en el exilio, el recientemente electo presidente de la Democracia, Raúl Alfonsín, no lo quiso recibir. Ya para entonces Rayuela se había transformado en la novela argentina del boom latinoamericano y en un clásico de repercusión universal. Los 80 eran también los años en los que se apagaría la vida del creador de la historia de La Maga y Horacio.
Durante los 90, cuando a los de mi generación nos tocó leerla, Rayuela estaba en todas las bibliotecas en formación, aquellas que no tenían más de veinte libros. En todas había un ejemplar con la historia duplicada entre calles de París y Buenos Aires. De entre nuestros primeros libros, Rayuela era probablemente uno de los pocos destinados a sobrevivir, el primer ladrillo de una nueva forma de leer.
Porque Rayuela también era eso: un libro con una biblioteca adentro. Leerla era también una forma de descubrir que por debajo de la historia de La Maga y Oliveira vagando por París, se asomaba una historia más sórdida: la de un triángulo escéptico formado por Horacio, Talita y Traveler en un circo de Buenos Aires primero y en un manicomio después.
Era una de nuestras primeras educaciones sentimentales para reivindicar la locura. Y era una forma de no llevarnos tan mal con nuestras pobrezas, una forma de pelearnos con la indigencia cultural en la que el menemismo nos hundía. Recuerdo que cuando la empecé a leer bajé corriendo a comprar un disco de jazz para escucharlo mientras la seguía leyendo. Para mí era la puerta de entrada a los años 50, una época que venía con su propia música. Pero si el jazz era la música de fondo de Rayuela, la estructura moral de la novela era la del tango de los años 40. Era el tango de los años 40 y “Buenos Aires Hora Cero” de Piazzolla todo junto, como en una coctelera: por las palabras del lunfardo, por la forma de relacionarse entre sus personajes, por la ruptura de las formas y la nostalgia frente al tiempo que pasa.
Leída en los 2000, Rayuela es un gran hipertexto de papel, lleno de referencias e imágenes adjuntas, sonidos y notas musicales, con links que reenvían de una zona a otra del libro. No sería extraño tropezar con una edición en la web: una versión de la novela con ruidos, fotos, dibujos con líneas rotas, collages y canciones.
Hoy, a cincuenta años de su primera edición, y a pesar de su reconocimiento internacional, su potencia sigue siendo la de una novela compleja. Celebrada en congresos internacionales de literatura, todavía es desdeñada por ciertas zonas de la crítica académica argentina.
Pero para muchos Rayuela trae consigo una visión del mundo y una teoría de la literatura que incorpora la reivindicación de géneros literarios menores, la prueba de que los experimentos literarios y los juegos de las vanguardias son también cosas que pueden cautivar a muchos lectores.
Para otros, a pesar de que la novela ponía el acento en el protagonismo del lector, apelando a que fuera él quien reorganizara el texto, también traía un “Tablero de dirección” un “manual del usuario” puesto al comienzo, una forma de subestimar al lector al que supuestamente se quería jerarquizar.
Y ni hablar de aquella distinción desafortunada, la que separaba a “Lector Macho” de “Lector Hembra” y de la que después Cortázar pretendió desdecirse.
Para algunos escritores contemporáneos Rayuela fue una novela revolucionaria que transformó a la literatura. Por ejemplo Washington Cucurto –nacido en 1973, autor de La máquina de hacer paraguayitos y Cosa de negros, entre otros– confiesa que no hace mucho la leyó y le pareció un texto impresionante: “Toda novela tiene su lenguaje, y el de Rayuela no envejeció.” Para autores y críticos contemporáneos, sin embargo, es válido cuestionarse si la novela envejeció: por su misoginia y su machismo, por las posturas del narrador frente a las minorías sexuales, por la forma en que la figura de la mujer es subestimada.
Pese a las críticas que se le puedan hacer, Rayuela sigue estando en nuestras bibliotecas, con sus armas secretas y cautivando a cada nueva generación.
En algún lugar de la literatura La Maga y Horacio –sus protagonistas– se siguen encontrando para cazar estrellas, sepultar paraguas o suicidarse arrojándose a los ríos metafísicos. Y Talita y Oliveira siguen con insomnio jugando a la rayuela en el patio húmedo de un manicomio.
romi 

miércoles, 3 de abril de 2013

Continuidad de los parques


Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
en "Final del juego"
Julio Cortázar

romi

domingo, 24 de febrero de 2013

Fernando Savater






(San Sebastián, 1947) Filósofo y escritor español dedicado sobre todo a la reflexión sobre la ética. Profesor de Filosofía en diversas universidades, y más tarde de Ética en la Universidad del País Vasco, su amplia labor de divulgación y de crítica cultural lo ha convertido en un referente imprescindible para toda una generación en España. Sus comentarios críticos, sus gustos y claves de lectura son determinantes para la configuración del gusto estético y de los hábitos de lectura de su multitud de seguidores. En su obra se ha dado, además, el raro fenómeno de que libros cuyo tema central es la ética se hayan convertido casi en best-sellers, como ha sucedido con su Ética para Amador (1995) o El contenido de la felicidad (1996).
En su formación fue significativa sobre todo la influencia de los filósofos de la Escuela de Frankfurt, de Cioran y del pensamiento libertario de Agustín García Calvo. Codirigió, con Javier Pradera, la revista de pensamiento Claves, y fue uno de los animadores culturales más destacados de la transición española.
Irreverente en sus declaraciones, ha dado a conocer en una abundante obra escrita sus opiniones sobre temas como los nacionalismos, la naturaleza del poder o las posibilidades renovadoras de la democracia. Escritor precoz, versátil e infatigable, Savater ha participado prácticamente en todas las polémicas culturales, estéticas y políticas de los últimos años, con numerosas intervenciones y artículos reunidos en una larga serie de libros, entre los que cabe destacar Apología del sofista (1973), Escritos politeístas (1975), La filosofía como anhelo de la revolución (1976) y La piedad apasionada (1977). El ensayo ha sido siempre su género literario preferido y, en este sentido, Nihilismo y acción (1970) y La filosofía tachada (1972) representan las primeras demostraciones de su pensamiento vigoroso, irónico y vitalista.
Savater es un escritor multiforme, contradictorio, torrencial; con todo, siempre conserva la fidelidad a al menos dos constantes: el estilo marcado y un espíritu alegre, pleno, decidido. Entre sus estudios más específicamente filosóficos se cuentan sus diversas investigaciones sobre los objetos y los mecanismos de la ética. La tarea del héroe (1982, Premio Nacional de Literatura) e Invención de la ética (1982) son dos obras complementarias en las que Savater plantea y expone las cuestiones fundamentales de su pensamiento ético, la exigencia revolucionaria de la no-instrumentalización del hombre y la afirmación de la capacidad de elección del sujeto humano, a pesar de la presencia de instancias como la fatalidad y el azar.
En ellas reelabora la tradición del pensamiento ético, y afirma la posibilidad de la justificación racional del deber de elegir determinadas acciones y no otras. Esta elección tiene lugar en un plano inmanente a la experiencia humana, que prescinde de Dios como fuente de significado y de solución de escisiones y paradojas. Savater defiende la posibilidad de una "ética trágica" que, basada en la capacidad del deseo humano y de la expresión de la "fuerza" orientada al cumplimiento del "bien", no resuelva los pares de opuestos destino/libertad, sujeto de la acción/objeto del juicio que se hallan en el pensamiento ético, sino que los conserve en la estructura de una tensión moral permanentemente, presente en la inmanencia de los medios.
Una misma orientación presenta la obra Ética para Amador, texto que no es un tratado de ética, ni un manual divulgativo, sino una carta abierta al hijo adolescente del autor. Esta fórmula explica el lenguaje directo y desenfadado del texto, su renuncia a la discusión de teorías o a las referencias bibliográficas (aunque cada capítulo se cierra con unas citas que invitan a prolongar la reflexión sobre el tema aparecido en dicho capítulo). Y, sin embargo, pese a no ser un manual, ha sido un libro muy utilizado por los profesores de la asignatura de ética durante todo el período en que ésta ha formado parte de los planes de estudio.
La razón que lo explica es que constituye una valiosa invitación a la reflexión moral, redactada en un lenguaje ameno y concebida para ser leída sin mayores requisitos que "un poco de atención y de paciencia". Pero como no es una introducción al uso, no se basa en la presentación neutral de teorías ajenas ni tampoco en la presentación explícita de la propia, lo que no significa que ésta no exista sino que está latente. En primer lugar empieza por explicar "de qué va la ética", mostrando la necesidad del razonamiento moral, necesidad ésta que deriva del hecho de que los hombres, a diferencia de los animales, somos libres, tenemos que inventar y elegir, al menos en parte, nuestra forma de vida. Libertad es decidir y eso es algo que cada uno debe hacer. No hay recetas y el único consejo posible es "haz lo que quieras".
Naturalmente, éste no parece un consejo moral y, sin embargo, se convierte en el eje de la moral que propone Fernando Savater, una moral basada en el descubrimiento de lo que cada uno quiere, "darse la buena vida". Pero nuevamente la cuestión es saber en qué consiste "una buena vida humana". Hacer lo que uno quiera no significa lo mismo que hacer "lo primero que te venga en gana", ahí está la cuestión: no es fácil descubrir qué es lo que uno realmente quiere. La perspectiva teórica en la que se inscribe Fernando Savater es la de la ética como amor propio, tal como la ha desarrollado en textos de los años noventa.
Pero eso no significa olvidar el compromiso hacia los otros. Vivir humanamente (el autor no se cansa de recordarlo) es vivir entre humanos y tratarlos humanamente. Tratar humanamente al otro es ponerse en su lugar. Lo que no significa sólo reconocer sus derechos y tratarle con justicia, sino también con una justicia simpática o con una compasión justa. Savater insiste en que la buena vida de cada uno debe inventársela cada uno a su medida, no hay recetas mágicas. A eso se refiere el autor cuando dice que vivir bien no es una ciencia exacta, sino un arte en el que todo adolescente es un principiante y que ningún adulto llega a dominar, por lo que el libro puede ser una ayuda a unos y a otros para plantear o replantearse la cuestión más importante a juicio de su autor. No se trata, pues, de dilucidar sobre la existencia o no de vida después de la muerte, ni de saber cuál es el sentido de la vida, sino simplemente de saber qué hacer.
Además de destacado intelectual y pensador, Savater es uno de los analistas políticos más conocidos de la España contemporánea. Sus interpretaciones de las situaciones políticas, que constituyen una crónica aguda y continua de la vida española de los últimos años, se han recogido en varios libros, entre los que destacan Impertinencias y desafíos (1981) y Contra las patrias (1984). Para la anarquía (1977) y Panfleto contra el Todo (1978) se han convertido en dos clásicos del pensamiento político español contemporáneo, que se sitúan en la línea de la tradición libertaria. 

romi